La parrilla argentina que subsiste en el barrio más difícil de Kiev convertida en cocina de guerra
Su dueño escapó apenas empezó la invasión rusa, pero sus empleados se quedaron para luchar, a su manera.
Restaurant convertido en refugio. Foto Francisco Argerich Hoffmann / Enviado Clarín
El cabañón busca parecerse a las viejas parrillas de Retiro. Fachada blanca y azul. No celeste. Pero con simbología criolla notoria. Al lado de la puerta, hay una buzón que dice correo y a través de un vidrio se ve un mapa de Argentina y Brasil. Está marcada Buenos Aires con un corazón y la Patagonia, que nunca pueda faltar como marca global, también se ve destacada. Parecía estar cerrada la parrilla, hasta que Clarín tocó timbre.
Se abrió un mundo secreto. La parrilla celeste y blanca ahora ocupa un rol fundamental. Es una cocina de la resistencia. La maneja uno de los empleados. No debe tener 40 años. Es calvo y animado. Habla inglés y aclara: “No hay problema con que escribas pero necesitamos mantenernos a resguardo. Lo que hacemos acá adentro es muy importante para mucha gente y este barrio ya no es un lugar seguro. Los rusos pueden estar en cualquier lado. Pueden ver lo que publiques en Internet e identificar algo de lo que hacemos acá”, dice el encargado.
Restaurant convertido en refugio Foto Francisco Argerich Hoffmann / Enviado Clarín
Pero, ¿qué hacen en verdad? Cocinan, claro. Aunque no choripan, ni entraña: de Argentina, ahora, solo queda la carcaza. La parrilla fue tomada por un grupo de jóvenes de la resistencia y se dedican a cocinar sin pausa para los habitantes del barrio asediado de Obolón.
Le cocinan a los que dejaron sus casas y permanecen en refugios. Le cocinan a los pacientes del Hospital Municipal. Cocinan para los que no tienen ni pueden. Cocinan para los soldados. Clarín es testigo de la dinámica interna de esa parrilla que ya no es tal. “¿Argentinos? ─dice el encargado─, lo siento pero no tengo nada de carne de su país. Los invito con algo de lo que estamos haciendo”. Detrás del hombre, en la cocina propiamente dicha, tres jovenes cortan cebollas y papas y revuelven cacerolas de tamaños varios.
“Los invitamos a subir al segundo piso”, proponen. Mesas de madera, que dicen Argentina. Saleros blancos, pimenteros celestes. Siluetas de parejas bailando tangos adornan una de las paredes del salón.
Viene el menú: arroz con alitas de pollo y sopa de verduras con una albóndiga. Es lo mismo que van a comer ellos y que luego repartirán por el barrio a los que luchan y a los que aguantan.
El interior del restaurant convertido en refugio. Foto Francisco Argerich Hoffmann / Enviado Clarín
El menú de resistencia que le sirvieron a Clarín.